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Graciela Brunetti
A vuelo de pájaro...
Graciela Brunetti hizo sus primeras experiencias literarias en el Colegio Normal Nacional Dardo Rocha de La Plata. Estudiaba simultáneamente la carrera de bailarina en la Escuela de Danzas del Teatro Argentino de la misma ciudad, donde se acercó a la Historia del Arte, de la Música, de la Danza...
Desmoralizada por el dudoso incendio que puso fin a uno de los palacios más hermosos de La Plata, en los que actuaran los artistas más eminentes de la época, tomó sus tutús, zapatillas de punta y media punta, mallas negras y rosas, redecillas y horquillas del armario del cuerpo estable del teatro, bajó los cientos sesenta y siete escalores de mármol de carrara de la entrada de bailarines, y dejó el ballet para siempre.
Se concentró en su gusto por la lectura y la escritura. Estudió en la Escuela de Arte Drámático, que la acercó al análisis del texto literario, desarrollando así su ya creciente pasión por la literatura. Tres años en la Escuela Superior de Periodismo le otorgaron una nueva perspectiva del manejo del lenguaje y, aunque no pudo concluir la carrera porque no le pareció saludable estar entre el fuego cruzado de quienes pretendían decidir el destino del país, mantuvo la impronta concisa del mensaje periodístico.
Se transladó a Brasil donde permaneció los siguientes diez años, durante los que su escrita consiguió, inevitablemente, adquirir ese ritmo que la convirtió en la prosa poética con la que narra sus crónicas. Actualmente se encuentra en Rio de Janeiro escribiendo "SURF, 200 AÑOS DE UNA PASIÓN BRASILEÑA".
Desmoralizada por el dudoso incendio que puso fin a uno de los palacios más hermosos de La Plata, en los que actuaran los artistas más eminentes de la época, tomó sus tutús, zapatillas de punta y media punta, mallas negras y rosas, redecillas y horquillas del armario del cuerpo estable del teatro, bajó los cientos sesenta y siete escalores de mármol de carrara de la entrada de bailarines, y dejó el ballet para siempre.
Se concentró en su gusto por la lectura y la escritura. Estudió en la Escuela de Arte Drámático, que la acercó al análisis del texto literario, desarrollando así su ya creciente pasión por la literatura. Tres años en la Escuela Superior de Periodismo le otorgaron una nueva perspectiva del manejo del lenguaje y, aunque no pudo concluir la carrera porque no le pareció saludable estar entre el fuego cruzado de quienes pretendían decidir el destino del país, mantuvo la impronta concisa del mensaje periodístico.
Se transladó a Brasil donde permaneció los siguientes diez años, durante los que su escrita consiguió, inevitablemente, adquirir ese ritmo que la convirtió en la prosa poética con la que narra sus crónicas. Actualmente se encuentra en Rio de Janeiro escribiendo "SURF, 200 AÑOS DE UNA PASIÓN BRASILEÑA".
Graciela Brunetti
Prefiero no decir nada de mí. ¿Para qué? ¿Quién podrá saber quién soy en pocas palabras? Un día, nací, claro. ¿Dónde? Pues aquí, en la Tierra, en uno de los cincuenta mil millones de salones y torres trabajadas en oro, plata, cristal y coral que se levantan en cada uno de los espacios sagrados. ¿Qué edad tengo? Bueno, hubo una fecha exacta, recuerdo que era verano. No pierdo ni quito años, aunque algunos se hicieron eternos y, al fin de cuentas, sumando los de más experiencia y los de mayor felicidad, a los de mejor placer y pura aventura, llego a una cifra de tres dígitos, que no cuenta como referencia. Escribo desde que tengo memoria. No menciono mi preparación, mi condición social y mi experiencia de vida, porque son intransferibles. Trabajo la mayor parte del tiempo en busca de lo posible (lo imposible me lleva algún tiempo más).
Secta Floralis Genérica ( I Parte )
La secta de la Floralis Genérica está integrada por hombres que no soportan que otros hombres se jacten de haberlos visto. En otro tiempo poblaron los barrios ribereños, pero los hombres de la ciudad se empeñaron siempre en mirarlos por encima del hombro y espiarlos desde los balcones, empujándolos hacia lugares cada vez más recónditos, hasta hoy, en que sólo les queda la profunda tierra dormida bajo el espejo de agua de la Plaza de las Naciones Unidas. Al abandonar las orillas se llevaron sus propios signos y símbolos salvo la imagen que, en incierta connivencia, permitieron que se irguiera en medio de la alberca.
A veces, en la quietud de la noche, cuando la ciudad duerme, estos hombres sienten añoranza. Visitan las orillas donde vivieron una vez, y lloran en silencio al tratar de jugar en las recordadas riberas. Los hombres de la ciudad sienten las lágrimas de los sectarios sobre las autopistas, aunque creen que es la lluvia, y oyen sus suspiros en las quejumbrosas avenidas matinales, aunque creen que es el viento. Los sabios de los barrios periféricos tienen leyendas que les disuaden de acercarse a ciertos lugares por la noche cuando el cielo se nubla, porque saben que los sectarios no son tan indulgentes como antaño.
Los sabios de la periferia dicen que es así desde que comprendieron que con el tiempo otros serían marginados al igual que ellos, siendo que fueron sacados de la orilla ante la indiferencia de los de al lado. Después sacarán a los de al lado, ante la indiferencia de los de atrás. Seguirán los de atrás, ante la indiferencia de los de adentro. Y en menos tiempo que el de los cálculos más promisorios, el adentro estará lleno de otros. Dicen que la resistencia de los sectarios se funda en el siguiente principio: No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu.
La raíz de todos sus problemas siempre estuvo relacionada con el agua en Buenos Aires. Cuando empezaron ganándole tierras al río, entonces los costaneros comenzaron a construir su reducto subterráneo. El primer desprendimiento de tierra se produjo a unos tres metros, a sus espaldas. No les pareció al principio nada alarmante. Sería solamente una veta blanda del terreno de arriba. Las tinieblas apenas se pusieron un poco más densas en el angosto agujero por el que, únicamente arrastrándose sobre el vientre, un hombre podía avanzar o retroceder. No podían detenerse y siguieron avanzando con los platos de hojalata que les servían de perforador.
La creciente humedad que iba impregnando la tosca dura los alentaba. La barranca ya no estaba lejos; a lo sumo, unos cuatro o cinco metros, lo que representaba unos veinticinco días más de trabajo hasta el boquete liberador sobre el río. Alternándose en turnos seguidos de cuatro horas, seis hombres hacían avanzar la excavación veinte centímetros diariamente. Hubieran podido avanzar más rápido, pero la capacidad de trabajo estaba limitada por la posibilidad de desalojar la tierra sin que fuera notada por los hombres de la ciudad y el servicio de limpieza. La presa de la Plaza de la Naciones Unidas se iba convirtiendo en una ciénaga a la vez que en el último reducto de los primeros hombres que lo habían perdido todo.
Apartados de lo convencional a la fuerza y después de esa proeza decidieron profesar una doctrina que los identifique. Así crearon la secta Floralis Genérica como célula de resistencia contra la opresión, para que en el ámbito de la autonomía personal, pudieran formarse y educarse sin control del Estado y fuera del discurso cultural dominante. Los sabios de la periferia ya saben que la imagen no es más que el símbolo de su pequeñez, porque floralis es el nombre genérico de una familia de insectos fitófagos tan pequeños como una mariquita. La Floralis Genérica no es una flor de grandes pétalos, sino minúsculos seres con poderosos platos de hojalata.
El símbolo de la secta es el poder de la unión de lo insignificante para construir su último hogar. En el ocaso invernal, mientras el oro de los cielos ilumina el verde de la plaza y las arboledas, los hombres de la ciudad se han puesto en guardia porque creen que la Floralis Genérica está maldita, por lo que casi se estremecen al ver los altos pétalos dorados por el resplandor. Han tomado la costumbre de esquivarla con sus coches los que proceden del norte. Aunque muchos se rían de los temores que han expulsado a la gente de la zona, la leyenda tocante a la ciénaga con un espantoso espíritu que habita las extrañas, se arraiga día a día.
Cuentos de aguas danzantes en la penumbra lunar y vientos helados que soplan cuando la noche es cálida, blancos fantasmas merodeando sobre las aguas y una supuesta ciudad de piedra sumergida bajo la superficie pantanosa, son algunas de las fábulas que se esparcen. Pero descollando sobre todas esas locas fantasías, la única en ser unánimemente repetida, es la de la maldición que caerá sobre quien ose drenar el inmenso pantano rojizo. Hay secretos, dicen los vecinos, que permanecen ocultos desde la construcción de la Floralis Genérica.
A veces, en la quietud de la noche, cuando la ciudad duerme, estos hombres sienten añoranza. Visitan las orillas donde vivieron una vez, y lloran en silencio al tratar de jugar en las recordadas riberas. Los hombres de la ciudad sienten las lágrimas de los sectarios sobre las autopistas, aunque creen que es la lluvia, y oyen sus suspiros en las quejumbrosas avenidas matinales, aunque creen que es el viento. Los sabios de los barrios periféricos tienen leyendas que les disuaden de acercarse a ciertos lugares por la noche cuando el cielo se nubla, porque saben que los sectarios no son tan indulgentes como antaño.
Los sabios de la periferia dicen que es así desde que comprendieron que con el tiempo otros serían marginados al igual que ellos, siendo que fueron sacados de la orilla ante la indiferencia de los de al lado. Después sacarán a los de al lado, ante la indiferencia de los de atrás. Seguirán los de atrás, ante la indiferencia de los de adentro. Y en menos tiempo que el de los cálculos más promisorios, el adentro estará lleno de otros. Dicen que la resistencia de los sectarios se funda en el siguiente principio: No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu.
La raíz de todos sus problemas siempre estuvo relacionada con el agua en Buenos Aires. Cuando empezaron ganándole tierras al río, entonces los costaneros comenzaron a construir su reducto subterráneo. El primer desprendimiento de tierra se produjo a unos tres metros, a sus espaldas. No les pareció al principio nada alarmante. Sería solamente una veta blanda del terreno de arriba. Las tinieblas apenas se pusieron un poco más densas en el angosto agujero por el que, únicamente arrastrándose sobre el vientre, un hombre podía avanzar o retroceder. No podían detenerse y siguieron avanzando con los platos de hojalata que les servían de perforador.
La creciente humedad que iba impregnando la tosca dura los alentaba. La barranca ya no estaba lejos; a lo sumo, unos cuatro o cinco metros, lo que representaba unos veinticinco días más de trabajo hasta el boquete liberador sobre el río. Alternándose en turnos seguidos de cuatro horas, seis hombres hacían avanzar la excavación veinte centímetros diariamente. Hubieran podido avanzar más rápido, pero la capacidad de trabajo estaba limitada por la posibilidad de desalojar la tierra sin que fuera notada por los hombres de la ciudad y el servicio de limpieza. La presa de la Plaza de la Naciones Unidas se iba convirtiendo en una ciénaga a la vez que en el último reducto de los primeros hombres que lo habían perdido todo.
Apartados de lo convencional a la fuerza y después de esa proeza decidieron profesar una doctrina que los identifique. Así crearon la secta Floralis Genérica como célula de resistencia contra la opresión, para que en el ámbito de la autonomía personal, pudieran formarse y educarse sin control del Estado y fuera del discurso cultural dominante. Los sabios de la periferia ya saben que la imagen no es más que el símbolo de su pequeñez, porque floralis es el nombre genérico de una familia de insectos fitófagos tan pequeños como una mariquita. La Floralis Genérica no es una flor de grandes pétalos, sino minúsculos seres con poderosos platos de hojalata.
El símbolo de la secta es el poder de la unión de lo insignificante para construir su último hogar. En el ocaso invernal, mientras el oro de los cielos ilumina el verde de la plaza y las arboledas, los hombres de la ciudad se han puesto en guardia porque creen que la Floralis Genérica está maldita, por lo que casi se estremecen al ver los altos pétalos dorados por el resplandor. Han tomado la costumbre de esquivarla con sus coches los que proceden del norte. Aunque muchos se rían de los temores que han expulsado a la gente de la zona, la leyenda tocante a la ciénaga con un espantoso espíritu que habita las extrañas, se arraiga día a día.
Cuentos de aguas danzantes en la penumbra lunar y vientos helados que soplan cuando la noche es cálida, blancos fantasmas merodeando sobre las aguas y una supuesta ciudad de piedra sumergida bajo la superficie pantanosa, son algunas de las fábulas que se esparcen. Pero descollando sobre todas esas locas fantasías, la única en ser unánimemente repetida, es la de la maldición que caerá sobre quien ose drenar el inmenso pantano rojizo. Hay secretos, dicen los vecinos, que permanecen ocultos desde la construcción de la Floralis Genérica.
2 comentarios:
Hola Graciela. Quisiera saber como hago para obtener una copia digital del libro. Se que en el pais todavia no se puede conseguir.
¿Hay alguna forma?
Sra. Graciela, es increíble que en la provincia de mendoza he recorrido todas las librerías de fama, viejas, nuevas, chicas y grandes Y NO TIENEN EL LIBRO NI SIQUIERA EN EL CATÁLOGO DE LAS COMPUTADORAS DONDE CONSULTAN, me da mucha verguenza de ser argentino, creame, hay libros de cualquier cosa, de lo mas insólito a lo más ridículo y perverso pero del Suyo ni idea, por supuesto que la conocen como Escritora... pero del libro ni que hablar.... Espero lo Editen y lo vendan pronto o lo digitalicen ya que no es por no gastar dinero, en mi colección de libros no hay libros digitalizados, los hay hasta impresos (que salen mas caros), pero el Suyo no esta... No deje un lugar vacio en la biblioteca de un Buen Lector.
Alejandro /Mendoza.
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